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PORTRAIT OF THE SCIENTIST AS A MAD ARTIST
 
 
 
Banned, prosecuted and despised by his fellows at the academy, Wilhelm Reich died in prison in 1957, aged 60. Trained as a psychoanalyst, but a scientist by choice, he not only mixed Marxism, sex and psychoanalysis into his own personal cocktail, but he had the nerve to proclaim the discovery of a new energy: the Orgone.
 
Reich described Orgone as an omnipresent substance, associated with vital, living energy, closely related to sexuality and most directly to the orgasm. He even went so far as to build telephone-booth-sized devices called “orgone accumulators” where people could sit to gather this energy. These accumulators would also help cure illnesses ranging from impotence to cancer. But in the early 50s Reich and his students began to be regarded as some sort of “new cult of sex and anarchy,” while his book, “The function of the orgasm,” became quite popular among the beatniks. These provocations proved to be too much for the U.S. Government, his hosts after fleeing Nazi Germany: It destroyed all the accumulators and of all the books which contained the word orgone. Further, Reich’s strategy of making a historical point by refusing the authority of the U.S. courts got him slapped with a two-year sentence for contempt. He died suddenly before the sentence could be fully carried out. At the center of the space at Miguel Mitlag’s exhibition, “Como hacer un experimento” (How to make an experiment), an orgone accumulator stands like a sculptural monument. Built by the artist out of wood and metal, a layered combination of organic and metallic material, the accumulator is fully usable: People are invited to enter it and spend the fifteen minutes that, for example, William Burroughs spent in his personal accumulator every day. (Burroughs claimed incredible aphrodisiac effects.) Surrounding this totem, a group of color photographs by Mitlag hangs on the walls, accompanied by two collaborative installations by Cynthia Kampelmacher and Gastón Pérsico.
 
Pérsico’s wall installation works as a kind of broken cartography for the orgone accumulator, tracing the lines that communicate ideas between Burroughs’s experiences, his wrist watch, the Cloudbuster (another of Reich inventions, this one to make rain!), and the F.B.I. files on Reich. This work is a synthetic amalgam of visual and textual fetishes to set in movement a history, or an introduction to experimentalism. Because experiments are what Mitlag gives. At first sight, his pictures seem to be from a scientific laboratory, but a deranged one. Filled with light and bright colors, the simple and nearly abstract objects that almost cast no shadows appear carefully arranged. What in the outside world would look incongruous, in these works looks perfectly logical.
 
Mitlag manages to find analogies between the works developed in a laboratory and the actions of an artist, both accepting the uncertain and having clear but open ends. This way, the images can be read as the documentation of a performance, of an investigation that follows its own intrinsic rules. As he stated in a text for Radar (http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/17-4083-2007-09-08.html), talking about his favorite work of art:
 
“I like art not to be declamatory and that it generates its own rules. If not, it [depends] on previous discourses, on traditional genres and it doesn’t add [anything]; only repeats. I like each work to generate new guidelines. I try to work to create distance, depersonalizing me.”
 
Mitlag’s procedure then, has much more to do with simulation than with representation. With titles like “Tropical experiment of the afternoon” or “Orange alters the perception,” these haunted objects without referents, these simulacra without perspective, threaten the difference between true and false, between real and imaginary, between science and fiction.
 
Cynthia Kampelmacher’s installation completes the exhibition. Kampelmacher has collected broken car windshields from repair shops — the detritus from traffic accidents — and assembled them into unique forms for each separate exhibiting space where they are shown. Displayed on the floor of the gallery, this exhibition represents its fourth installment. As if extracted from a J.G. Ballard novel, they show how if in science failure can be catastrophic, in the arts failure can also be an achievement, a type of progress.
 
Maybe Wilhelm Reich should have been an artist.
 
 
Text by Ariel Authier
 
 
 
RETRATO DE UN CIENTÍFICO COMO UN ARTISTA DEMENTE
 
 
 
Prohibido, perseguido y despreciado por sus compañeros de la academia, Wilhelm Reich murió en la cárcel, en 1957, a los 60 años. Psicoanalista de formación, científico por elección, no sólo mezcló marxismo, sexo y psicoanálisis en un cóctel muy personal, sino que hasta tuvo el coraje de descubrir una nueva energía: el Orgón. Una substancia omnipresente, asociada con la energía vital, relacionada muy cercanamente con la sexualidad y en forma directa con el orgasmo. Reich llegó a construir unos aparatos del tamaño de una cabina de teléfono a los que bautizó “acumuladores de Orgón“ donde la gente podía sentarse a fin de acumular esta energía, la cual serviría para curar enfermedades que iban desde la impotencia hasta el cáncer. Pero a comienzos de los años '50, Reich y sus alumnos empezaron a ser vistos como una especie de “nuevo culto del sexo y la anarquía“ por diferentes sectores de la sociedad norteamericana -donde había encontrado refugio tras escapar de la Alemania nazi-, al mismo tiempo que su libro “La función del orgasmo“ se volvía muy popular entre los beatniks. Todo esto terminó siendo demasiado para el gobierno de los EEUU, que forzó la destrucción de todos los acumuladores junto con todos los libros en los cuales estuviese impresa la palabra Orgón. La estrategia de Reich de convertir el asunto en un punto de inflexión histórico, al rechazar la autoridad de la Corte en Asuntos Científicos, le costó una sentencia de dos años por desacato, y encontró un final abrupto con su muerte prematura.
 
En el centro del espacio de la muestra de Miguel Mitlag “Cómo hacer un experimento“ se encuentra, como una especie de monumento escultórico, un acumulador de Orgón construido por el artista, como las indicaciones dicen, con madera y metal, una combinación de capas de material orgánico y metálico. Perfectamente utilizable, se invita a los visitantes a pasar un tiempo en ellas, de preferencia los quince minutos que, por ejemplo, William Burroughs pasaba en su acumulador personal (con increíbles efectos afrodisíacos, proclamaba). Alrededor de este tótem, un grupo de fotografías en color de Mitlag cuelgan de las paredes, acompañadas por dos colaboraciones en forma de instalaciones de Cynthia Kampelmacher y de Gastón Pérsico.
 
La instalación de pared de Pérsico funciona como una cartografía quebrada del acumulador de Orgón, trazando las líneas que comunican ideas entre las experiencias de Burroughs, su reloj pulsera, el Cloudbuster (otra de las invenciones de Reich, esta para hacer llover!), y los archivos del FBI sobre Reich. Una amalgama sintética de fetiches visuales y textuales para poner en movimiento una historia. Una introducción al experimentalismo.
 
Porque experimentos es lo que Mitlag nos entrega. A primera vista, sus imágenes parecen sacadas de un laboratorio científico, pero uno desquiciado. Cubiertas por luz y colores brillantes, los simples y cuasi abstractos objetos que casi no despliegan sombras, aparecen cuidadosamente dispuestos. Lo que en el mundo exterior parecería incongruente, en estos trabajos se ve como perfectamente lógico. Mitlag consigue encontrar analogías entre la labor desarrollada en un laboratorio y las acciones de un artista, ambas aceptando lo incierto y teniendo fines claros, pero abiertos. De esta manera, las imágenes se pueden leer como la documentación de una performance, de una investigación que sigue sus propias reglas intrínsecas. Como dijo en un texto para Radar (http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/17-4083-2007-09-08.html) en el que hablaba de su obra de arte favorita: “Me gusta que el arte no sea declamativo y que genere sus propias reglas. Si no, se monta sobre discursos previos, sobre géneros tradicionales y no agrega; sólo se repite. Me gusta que cada obra genere pautas nuevas. Yo trato de trabajar desapegándome, despersonalizándome“.
 
El procedimiento de Mitlag, entonces, tiene mucho más que ver con la simulación que con la representación. Con títulos como “Experimento tropical de la tarde“o “El naranja altera la percepción“, estos embrujados objetos sin referentes, estos simulacros sin perspectiva, amenazan la diferencia entre verdadero y falso, entre real e imaginario. Entre ciencia y ficción.
 
La instalación de Cynthia Kampelmacher completa la muestra. Una acumulación de parabrisas de automóviles que sufrieron accidentes de tránsito, recolectados en talleres de reparación y ordenados de acuerdo a cada espacio de exhibición en el que son mostrados (esta es su cuarta instalación), dispuestos aquí en el suelo. Como extraídos de una novela de J.G. Ballard, muestran que, si en la ciencia, el fracaso puede tener consecuencias catastróficas, en el arte el fracaso puede también significar un logro, un progreso. Tal vez Wilhelm Reich debería haber sido artista.
 
 
Texto de Ariel Authier. 2010
Originalmente publicado en inglés en juanele.me
Traducido por Ariel Authier.